Bernard Vié construye y armoniza obras que se aventuran en territorios de libertad, dónde dibujo, la pintura y la escultura rivalizan en invención. Nada está decidido de antemano; ni tampoco queda totalmente librado al azar. Pieza por pieza, trozo por trozo, algo inesperado – porque el elemento sorpresa está estrechamente ligado a este proceso creativo- toma forma ante nuestros ojos, sin saber exactamente en qué suma de equilibrios y desequilibrios se apoya . Mientras que algunos artistas, en la actualidad más que nunca, ofrecen sólo una pared uniforme a quienes se les acercan, son las brechas que nos sorprenden aquí en primer lugar. Rostros fragmentados movimientos inconclusos, detalles separados de su entorno, completos y sueltos a la par … A vivir cada como quiere en este edificio, de bases sólidas, niveles impredecibles, puertas y ventanas ocultas abiertas. Al giro de cuerpos o paisajes, un vacío repentino nos sumerge en un mundo sin límites. Un mundo de deseos, sueños y memoria viva que por lo general encuentra su origen en un patrimonio cultural ancestral. Sería sin embargo un error, retener de esas esculturas y pinturas solo lo que las liga al pasado. Si las referencias son en ellas frecuentes, aunque sólo sea en la elección del tema, el elemento de riesgo que presenten las aleja de la comodidad de los museos. Su técnica tiende sin dudas a ser impecable; de ser necesario no se niega a las seducciones del academicismo. Pero este “savoir-faire” evidente es la prueba de una delicadeza de lenguaje, una corrección deliberada y nunca una timorata marcha atrás hacia la tradición. Sus obras tienen la fuerza, la gracia y la audacia perenne de los clásicos.